Hay algo que preocupa profundamente a muchos padres y madres: ver cómo sus hijos, que son inteligentes, curiosos y con capacidad de sobra, no estudian, se desmotivan, y empiezan a sacar malas notas. Y es que no hay frustración más grande que verlos dejar pasar oportunidades, mientras nosotros pensamos: “si quisiera, podría hacerlo bien”.
Pero… ¿qué hay detrás de esa falta de ganas? ¿por qué un niño que puede sacar buenas notas no lo hace?
Hoy vamos a hablar de eso. De cómo entender a nuestros hijos cuando pierden el interés por estudiar, y sobre todo, de qué podemos hacer los padres para ayudarlos sin romper la relación ni aumentar su frustración.
Ìndice de Contenidos
- 1 Comprender qué está pasando
- 2 No reaccionar con enfado, sino con empatía
- 3 Entender las causas de la desmotivación
- 4 Qué puedes hacer desde casa
- 5 Colabora con la escuela
- 6 No uses las notas como castigo ni premio
- 7 Si también hay problemas de conducta
- 8 Repara la conexión emocional
- 9 Sé constante, no perfecto
Comprender qué está pasando
Cuando un niño o adolescente suspende, lo primero que nos sale es la preocupación. Y justo después, muchas veces, el enfado.
Pensamos en todo lo que hemos invertido —el esfuerzo, las horas de apoyo, el dinero en clases particulares— y sentimos que no lo valoran.
Pero aquí hay que hacer un alto. Porque las malas notas no son el problema en sí mismo, sino un síntoma de que algo no va bien. Puede ser una falta de hábito, poca organización, desinterés, un problema emocional o incluso un cansancio acumulado. A veces, detrás de la frase “no quiero estudiar” hay mensajes que el niño no sabe expresar. Puede significar “no entiendo la asignatura y me frustra”, “me cuesta concentrarme”, o “no me siento capaz”. Y otras veces, simplemente, “no encuentro sentido a lo que hago”.
Ejemplo:
Un adolescente que saca sobresalientes en matemáticas, pero suspende lengua, no necesariamente “es vago”. Quizás tiene un pensamiento lógico muy desarrollado, pero le cuesta expresarse con palabras. Y al sentirse torpe, prefiere evitar la materia antes que enfrentarse al fracaso.
No reaccionar con enfado, sino con empatía
Aquí viene uno de los puntos más difíciles como padres: mantener la calma. Cuando vemos unas notas bajas, la reacción natural es gritar, castigar o decir frases como “¡Ya está bien, eres un desastre!”. Sin embargo, cuando actuamos así, no estamos educando, estamos reaccionando. Al levantar la voz o reprochar, el niño no escucha el mensaje, solo siente el miedo o la culpa. Y cuando se siente mal, no puede mejorar. Lo único que aprende es a esconder sus errores o a mentir para evitar la bronca. En lugar de eso, cambia el enfoque.
Antes de decir “otra vez lo mismo”, prueba con “cuéntame qué ha pasado”. Dale la oportunidad de hablar. Escúchalo, aunque te duelan sus respuestas. A veces descubrirás que no estudia porque se siente tonto, o porque cree que nunca será suficiente, o porque no sabe por dónde empezar.
Tip: La empatía no significa consentirlo todo. Significa comprender sin justificar, y acompañar sin rendirse.
Entender las causas de la desmotivación
No todos los niños se desmotivan por lo mismo. Algunos lo hacen porque no encuentran sentido en lo que estudian; otros, porque se sienten incapaces; otros, porque su entorno no los estimula o porque viven tensiones familiares que les quitan energía. Veamos algunos motivos frecuentes:
Falta de hábito y organización
Muchos niños no saben cómo estudiar. No tienen rutinas, ni técnicas, ni un lugar tranquilo para concentrarse. Estudian “a última hora” o repasan de memoria sin entender. El resultado, claro, es frustrante.
Baja autoestima académica
Cuando un niño se convence de que “no sirve para estudiar”, deja de intentarlo. Cada suspenso refuerza esa creencia y su cerebro aprende a protegerse: “si no lo intento, no fracaso”.
Exceso de exigencia
Hay familias que presionan tanto por el éxito que el niño siente que nunca está a la altura. El miedo al error paraliza. A veces, detrás de la pereza hay perfeccionismo y ansiedad.
Desconexión emocional con el colegio
Si no siente vínculo con los profesores o compañeros, o si vive conflictos sociales, el aula se vuelve un lugar hostil. El aprendizaje requiere seguridad y confianza.
Falta de propósito
Muchos adolescentes se preguntan: “¿Para qué sirve esto?”. Cuando no ven utilidad práctica, su cerebro se desconecta. Necesitan comprender el “por qué” de lo que aprenden.
Qué puedes hacer desde casa
Una vez entendemos el origen, toca pasar a la acción.
1. Crea un ambiente de estudio positivo
Asegúrate de que tenga un lugar fijo para estudiar, sin distracciones, con buena iluminación y ordenado. Evita que estudie en la cama o con el móvil al lado.
Tip: Ayúdalo a diseñar su propio horario. No lo impongas tú solo. Si participa, será más fácil que lo cumpla.
2. Acompáñalo al principio
No se trata de hacer los deberes por él, sino de enseñarle a organizarse. Al principio puedes sentarte unos minutos a revisar juntos lo que tiene que hacer, y luego dejarlo trabajar solo. El objetivo es que gane autonomía poco a poco.
3. Refuerza el esfuerzo, no solo el resultado
Si solo celebras las buenas notas, tu hijo entenderá que su valor depende de los números. Elogia también la constancia, la mejora y el compromiso. “He visto que hoy te has concentrado más tiempo. Eso es un gran paso.” Esa validación emocional alimenta su motivación intrínseca.
4. Evita comparar
Nada destruye más la confianza que las comparaciones. “Tu hermana sí estudia” o “tu primo saca mejores notas” solo genera resentimiento y distancia. Cada niño es diferente y necesita su propio ritmo.
5. Mantén rutinas equilibradas
Los niños y adolescentes necesitan descanso, ocio y movimiento. Estudiar sin parar o quitarles todas las actividades que disfrutan no mejora el rendimiento, lo empeora. Un niño agotado no aprende. Por eso, aunque tenga malas notas, no prives del todo los momentos familiares o de diversión. Un paseo, una cena sin móviles o una tarde de juegos puede tener más impacto que un castigo.
6. Sé su modelo
Tu actitud hacia el aprendizaje influye más de lo que imaginas. Si en casa se habla con entusiasmo de aprender, si te ven leer, informarte o esforzarte, lo absorberán. Los hijos aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos.
Colabora con la escuela
No veas al colegio como un enemigo, sino como un aliado. Si algo te preocupa, pide una cita con el tutor. No critiques al profesor delante del niño. Eso solo resta autoridad y credibilidad. Habla con el docente en privado, con actitud de colaboración:
“Quiero entender cómo puedo ayudar desde casa.” Cuando familia y escuela trabajan juntos, los resultados mejoran.
No uses las notas como castigo ni premio
Este es un punto clave. Si castigamos por las malas notas o premiamos por las buenas, el niño aprende a estudiar solo por miedo o recompensa. Y eso no genera motivación duradera.
ejemplo:
En lugar de decir “si apruebas, te compro un videojuego”, prueba con:
“Si cumples con tu horario y te esfuerzas cada día, el fin de semana hacemos algo que te guste.” De esa forma, el foco está en el proceso, no en el resultado.
Si también hay problemas de conducta
A veces, las malas notas vienen acompañadas de conflictos en el colegio: falta de respeto, desobediencia, impulsividad. Cuando esto ocurre, hay que mirar también qué está pasando en casa.
Pregúntate:
¿Cumple las normas en casa o también las desafía?
¿Tiene límites claros o todo se negocia?
¿Cómo reacciono yo cuando se equivoca?
Los niños aprenden las habilidades de autocontrol y respeto primero en casa. Si en casa no se gestionan los conflictos con coherencia, fuera será difícil que lo hagan.
Tip: No traslades toda la responsabilidad al profesorado. Tu influencia es esencial. Si tú cambias la forma de educar, el colegio notará los resultados.
Repara la conexión emocional
Antes de mejorar las notas, necesitas mejorar la relación. Un niño que se siente querido, escuchado y comprendido, está más dispuesto a esforzarse.
Dile, sin rodeos:
“Te quiero igual tengas las notas que tengas, pero confío en que puedes hacerlo mejor. Estoy aquí para ayudarte.” Esa frase, dicha desde el corazón, puede marcar una diferencia enorme.
Sé constante, no perfecto
No hay recetas mágicas. Cambiar la actitud ante el estudio lleva tiempo. Habrá avances, retrocesos y momentos de duda. Pero la constancia vence al desánimo. Lo importante no es tener un hijo con dieces, sino un hijo con curiosidad, confianza y ganas de superarse. Y eso solo se consigue con amor firme, límites claros y acompañamiento diario.
Las malas notas no definen a tu hijo. Lo que realmente importa es que aprenda a levantarse, a esforzarse y a creer en sí mismo. La mejor herencia que puedes dejarle no son los sobresalientes, sino la seguridad de que puede lograr lo que se proponga con trabajo y constancia. Así que la próxima vez que traiga un suspenso, no te centres en el número.
Mira al niño detrás de esa nota. Pregúntate qué necesita, no qué ha fallado.
Y acompáñalo con paciencia, porque el aprendizaje más importante —el de la vida— empieza en casa.
https://youtu.be/09f95eVNKcE
Lactancia fácil: trucos que funcionan
